La ventana del tiempo
En el centro de la vieja ciudad había un edificio que nadie recordaba cuándo se construyó. Sus paredes estaban cubiertas de enredaderas y sus ventanas, de polvo. La gente pasaba rápido por ahí, como si el lugar quisiera que lo olvidaran.
Pero a Marta le llamó la atención una ventana en particular, la del tercer piso, que parecía brillar ligeramente, aunque afuera todo era gris. Cada día, cuando volvía de la escuela, se detenía a mirarla.
Una tarde, decidió subir al edificio. La puerta principal estaba entreabierta, como si la esperara. Subió por las escaleras crujientes y, al llegar al tercer piso, encontró la ventana brillante. Al acercarse, vio que no reflejaba el patio ni las nubes, sino un paisaje distinto: un campo verde con flores de colores vivos y un sol radiante.
Marta sintió curiosidad y, sin pensarlo, tocó el cristal. El frío la recorrió, y el mundo alrededor se desvaneció.
De repente, estaba parada en ese campo. Podía sentir el viento, oler las flores y escuchar el canto de los pájaros. Al girar, vio una figura pequeña, un niño que la miraba con sorpresa.
—¿Quién eres? —preguntó Marta.
—Soy Leo —respondió él—. ¿Tú también llegaste por la ventana?
Marta asintió. Juntos exploraron el lugar, que parecía una versión más luminosa de su ciudad, pero diferente en detalles. Leo le contó que esa ventana conectaba dos tiempos, dos realidades.
—Solo unos pocos pueden cruzar —dijo—. Pero no todos vuelven.
Pasaron horas, o quizás minutos, hasta que Marta recordó su hogar. Corrió hacia la ventana y tocó el cristal otra vez. El campo se desvaneció y apareció de nuevo en el viejo edificio.
Al abrir los ojos, la luz de la tarde le dio la bienvenida. La ventana ya no brillaba. Pero en su mano tenía una flor, pequeña y perfumada, imposible de encontrar en la ciudad gris.
Marta sabía que algo había cambiado para siempre. Quizás esa ventana era una puerta, una invitación o una prueba. No lo sabía.
Esa noche, soñó con Leo, con el campo y con un mensaje que no entendía del todo: “El tiempo es solo un susurro; lo que importa es cómo lo escuchas.”
Al día siguiente, volvió a la ventana, pero estaba apagada, común, invisible para todos menos para ella.
Marta no sabía si volvería a cruzar o si aquel mundo existía solo en sus recuerdos. Pero decidió que, a veces, creer en lo imposible era la forma más cierta de encontrar la magia.
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