Miguel y el Puente de los Recuerdos

 

En un colorido pueblo de México, vivía un niño llamado Miguel. Amaba la música con todo su corazón, aunque en su familia nadie la quería escuchar.
—¡Nada de guitarras! ¡En esta casa solo se hacen zapatos! —decía su abuelita con firmeza.

Pero Miguel tenía un secreto: escondía una guitarra vieja en su escondite, y cada noche practicaba en silencio canciones que soñaba cantar ante el mundo.

Una noche, durante la celebración del Día de Muertos, Miguel sintió una fuerte curiosidad por su tatarabuelo, un músico misterioso del que nadie quería hablar. Siguiendo las pistas en la ofrenda familiar, Miguel fue llevado por accidente a la Tierra de los Muertos, un lugar mágico lleno de luces, esqueletos simpáticos y recuerdos que brillaban como estrellas.

Allí conoció a sus antepasados y a un esqueleto muy simpático llamado Héctor, quien le ofreció ayuda para regresar a casa… pero con una condición:

—¡Debes ayudarme a que alguien en tu mundo me recuerde!

Miguel aceptó, y en su viaje descubrió que Héctor no era un simple músico olvidado: ¡era su verdadero tatarabuelo! Y no el famoso Ernesto de la Cruz, como todos pensaban.

Miguel entendió algo muy importante: la música une a las familias, no las separa, y que recordar a quienes amamos es lo que los mantiene vivos en el corazón.

Al regresar al mundo de los vivos, Miguel cantó para su bisabuela Coco la canción especial que Héctor le escribió de joven:
🎵 “Recuérdame, hoy me tengo que ir, mi amor...” 🎵

La abuelita Coco, que ya casi no hablaba, sonrió… y empezó a cantar con él.

Desde ese día, la familia de Miguel cambió para siempre. Volvieron a poner música en la casa, a celebrar la memoria de sus seres queridos, y a compartir canciones en cada Día de Muertos.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La ciudad de las luces apagadas

El reloj de arena