La máquina de los recuerdos
Lucas tenía diez años cuando encontró la máquina. Estaba enterrada entre cajas polvorientas en el sótano de su abuela, detrás de libros de recetas y fotografías en blanco y negro. Era un aparato extraño, con palancas, botones de colores y una ranura como de cassette antiguo. Encima, en letras metálicas desgastadas, podía leerse: "Recuerdadora 3000".
Intrigado, Lucas la sacó y la conectó. Para su sorpresa, encendió con un zumbido suave y una pantalla azul parpadeante.
"INSERTE RECUERDO", decía.
Lucas no entendía. Revolvió entre las cajas y encontró una pequeña cajita con cintas. Cada una tenía una etiqueta escrita a mano: “Primer diente”, “Navidad 1995”, “Viaje a la playa”.
Tomó una que decía “Mamá - cumpleaños 2001” y la introdujo en la ranura.
La pantalla parpadeó… y de repente, Lucas no estaba más en el sótano. Estaba en un comedor cálido, lleno de globos, una torta de chocolate en el centro, y una mujer joven con una sonrisa que le parecía familiar.
—¿Mamá? —susurró.
Ella no lo escuchaba. Todo se movía como una película en la que él era invisible. La escena duró unos minutos. Luego, volvió al sótano. La máquina emitió un “clic” y expulsó la cinta.
Lucas se quedó en silencio. Esa mujer era su madre… más joven, antes de que él naciera, antes de que enfermara. Sintió una mezcla de alegría y tristeza.
Pasó los días siguientes viendo recuerdos uno por uno. Aprendió a ver a su padre cuando aún reía, a su hermana cuando apenas caminaba. Incluso vio a su abuela, joven, bailando con un señor que no reconoció.
Pero entonces cometió un error.
Tomó una cinta que no tenía etiqueta. La introdujo, curioso.
La pantalla se apagó.
Cuando volvió a encenderse, Lucas no reconoció el lugar. Era una ciudad gris, vacía, con relojes que corrían hacia atrás y edificios que se deshacían como arena. Caminó por las calles hasta encontrar a alguien: a sí mismo, solo que mayor, con una expresión perdida.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
—En el recuerdo que aún no fue —respondió su yo mayor—. En lo que podrías convertirte, si solo miras hacia atrás y nunca vives hacia adelante.
Lucas sintió miedo. El recuerdo sin nombre era una advertencia.
Volvió al sótano temblando. Apagó la máquina. Esa noche, habló con su abuela por horas. Al día siguiente, en lugar de ver recuerdos, creó uno: cocinó con ella galletas, se embarraron de harina, rieron tanto que lloraron.
Guardó la Recuerdadora 3000 en su caja original. No la destruyó. Solo la cerró con cinta y escribió en la tapa: “Solo para cuando lo olvide todo”.
Pasaron los años. Lucas creció, tuvo hijos, hizo muchos recuerdos nuevos.
Y aunque a veces pensaba en la máquina, nunca más sintió la necesidad de encenderla.
Porque entendió que los recuerdos son valiosos… pero vivirlos lo es aún más.
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