La caja de los recuerdos
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía Ana, una mujer que guardaba todos sus recuerdos en una caja antigua. Esa caja no era cualquier cosa: estaba hecha de madera tallada con símbolos extraños y tenía un candado dorado que solo ella podía abrir.
Cada vez que Ana se sentía triste o perdida, sacaba un recuerdo de la caja. Eran pequeños objetos: una concha del mar que había encontrado de niña, una carta amarillenta de su abuela, una fotografía con su mejor amigo. Al sostenerlos, sentía que podía viajar al pasado, reviviendo momentos felices que le daban fuerzas para seguir adelante.
Un día, al abrir la caja, Ana encontró un sobre sin abrir que no recordaba haber guardado. En él había una invitación escrita con una caligrafía delicada: “Ven al bosque al amanecer. Allí te espera quien nunca olvidaste.”
Intrigada, Ana decidió seguir la indicación. Al día siguiente, antes de que saliera el sol, caminó hacia el bosque. La neblina cubría los árboles y el silencio era profundo, salvo por el canto lejano de los pájaros.
En un claro, bajo un viejo roble, vio una figura sentada: era un hombre joven que la miraba con una sonrisa suave. Ana sintió que el corazón se le aceleraba. No lo veía desde hacía muchos años.
—Hola, Ana —dijo él—. Sabía que algún día vendrías.
Ana no pudo hablar. Solo se sentó a su lado.
—¿Por qué me enviaste la invitación? —preguntó finalmente.
—Porque hay cosas que el tiempo no puede borrar —respondió él—. Y porque siempre supe que te ayudaría a recordar.
Entonces, el hombre sacó de su bolsillo un pequeño objeto: la llave del candado de la caja. Ana la tomó, comprendiendo que era el símbolo de todo lo que había olvidado por miedo y tristeza.
—La caja no es solo un lugar para guardar recuerdos —dijo él—. Es también un puente para sanar.
Ana abrió la caja con la llave y, junto a sus objetos, apareció un nuevo recuerdo: un pequeño broche con forma de estrella, que brillaba con luz propia.
—Este es para ti —dijo él—. Para que recuerdes que la esperanza nunca muere.
Cuando Ana despertó, estaba sola en el claro. El amanecer pintaba el cielo de colores cálidos y el broche brillaba en su mano.
Desde ese día, la caja no solo guardaba recuerdos del pasado, sino también la promesa de un futuro lleno de luz y nuevas historias.
Ana sonrió y comprendió que, aunque algunos momentos quedaran lejos, siempre podía volver a ellos para encontrar la fuerza de seguir adelante.
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