El susurro del bosque

 En un pequeño pueblo rodeado por un bosque antiguo, la gente siempre evitaba adentrarse más allá de los árboles grandes. Decían que el bosque guardaba secretos que no debían ser descubiertos.

Pero Elisa, una niña de diez años, sentía una atracción especial por ese lugar. Cada tarde, después de la escuela, caminaba hasta el borde del bosque y escuchaba atentamente.

Un día, mientras recogía flores cerca del arroyo, escuchó un susurro que parecía llamarla por su nombre.

—Elisa... Elisa...

Siguió el sonido hasta un claro donde un árbol enorme, con raíces que parecían brazos, le habló con voz suave.

—He esperado mucho tiempo para conocerte —dijo el árbol—. Soy el guardián del bosque y necesito tu ayuda.

Elisa, aunque sorprendida, no sintió miedo. El árbol le explicó que el bosque estaba perdiendo su magia porque la gente había dejado de creer en él. Sin esa fe, las criaturas mágicas se escondían y el bosque se marchitaba.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó Elisa.

—Debes contar historias, compartir la magia. Solo así el bosque volverá a brillar.

Desde ese día, Elisa se convirtió en narradora. Contaba cuentos a niños y adultos, les hablaba del árbol guardián, de las hadas escondidas y de la música que sólo se oye si se escucha con el corazón.

Poco a poco, el pueblo cambió. Más gente visitaba el bosque, respetándolo y aprendiendo de él. Y el árbol, cada vez más fuerte, susurraba canciones que sólo Elisa podía escuchar.

El bosque volvió a ser un lugar vivo, un refugio para sueños y esperanzas.

Y Elisa comprendió que la verdadera magia está en creer y compartir lo que nos hace soñar.

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