El reloj de los secretos
En un pequeño pueblo costero, entre casas de madera y faroles oxidados, existía una tienda que nadie visitaba. La fachada estaba cubierta de polvo y telarañas, y el letrero, casi ilegible, decía: “Relojes y secretos”.
Un día, Lucas, un chico curioso de trece años, decidió entrar. La puerta crujió y dentro encontró un mundo de engranajes, péndulos y manecillas que giraban sin descanso. Al fondo, un anciano con ojos brillantes lo miró sin sorpresa.
—Buscas algo especial —dijo el hombre—. Pero ten cuidado: aquí, el tiempo no es solo tiempo.
Lucas miró los relojes, pero uno llamó su atención: un reloj de bolsillo dorado con una inscripción que decía: “Para quien quiere conocer lo oculto”.
—¿Qué hace este reloj? —preguntó Lucas.
—Te muestra secretos —respondió el anciano—. Pero no todos están preparados para verlos.
Intrigado, Lucas tomó el reloj. Al abrirlo, una luz tenue lo envolvió y de pronto, escuchó voces, risas y susurros que parecían venir del pasado.
Siguió el sonido hasta la playa, donde vio figuras borrosas reconstruyendo escenas olvidadas: un amor prohibido, un tesoro escondido, una traición silenciosa.
Cada día, Lucas volvía con el reloj y descubría un nuevo secreto. Aprendió que su pueblo era más que casas y mar; era memoria viva.
Pero una noche, el reloj se detuvo. Y con él, todo el mundo parecía quedarse en silencio.
Lucas entendió que debía compartir lo que había descubierto, para que el tiempo siguiera su curso.
Así, contó las historias a los vecinos, y la tienda polvorienta se llenó de vida y curiosidad.
Y el reloj, en su silencio, sonrió.
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